sábado, 31 de mayo de 2008

MARIA CANO


“¡Oíd mi voz que os convoca!...”
La mujer que en 1925 lanza ese grito de guerra es de apariencia frágil y quebradiza; tiene pies y manos menuditos, no usa maquillaje, lleva sus cabellos castaños alborotados y es descuidada en vestir, pero tiene una extraordinaria facilidad de palabra y atrapa con sus frases a las multitudes. En los frecuentes y unánimes aplausos y ovaciones ella parece contagiarse de la embriaguez colectiva. Vive con todos la emotividad de sus propias palabras.
Es María de los Angeles Cano, tiene 38 años y han suprimido los Angeles de su nombre. Es María Cano, elegida en su tierra antioqueña como Flor del Trabajo y participante, como oradora del obrerismo, en concentraciones populares. Es una líder. Quizá la primera de este siglo en Colombia.
Ha nacido en Medellín, en 1887, en un hogar aficionado a las letras y a las tertulias literarias. Ella ha leído a Gabriela Mistral, Delmira Agostino, Alfonsina Storni y Juana de Ibarborou y tratado de imitarlas, pero ha optado mejor por la prosa. Es pariente cercana de Fidel Cano, fundador de El Espectador y prima del dirigente socialista Tomás Uribe Márquez. A las reuniones intelectuales en su casa van Efe Gómez, Luis Tejada, Abel Farina, Miguel Agudelo, Horacio Franco, Antonio J. Cano. Precisamente, en 1924, María Cano lee un escrito de Luis Tejada: Oración para que no muera Lenin y ello impulsa sus inquietudes por obreros y proletarios. Hace giras. Habla. Agita. Cuando arenga a sus oyentes en 1925, ya está metida de lleno en el trajín revolucionario. Recorrerá las plazas del país, sufrirá prisión, escribirá. Vivirá sin descanso hasta 1967. Cuando muere en Medellín tiene 80 años.
He aquí su arenga de 1925:
* * *
«¡Compañeros, en pie! Listos a defendernos. Seamos un solo corazón, un solo brazo. ¡Cerremos filas y, adelante! Un momento de vacilación, de indolencia dará cabida a una opresión más, a nuevos yugos.
Valientes soldados de la Revolución Social, ¡en marcha! Nuestros enemigos reafirman su persecución de siglos, fortalecida hoy por regresiones infamantes. Los pechos que la lucha del trabajo ha endurecido, sean roca donde se rompan las lanzas enemigas. Ellos se organizan para destruir. Nosotros nos organizamos para construir.
El alma popular debe ser bloque de granito donde los hechos esculpan los dogmas del gran evangelio social. Cerremos filas en torno a nuestra bandera, jirón rojo, emblema de nuestra lucha cruenta, que muestra a los tiranos el proletariado hecho un solo corazón, llama encendida que lame los cimientos del monstruo y que un día no lejano le consumirá.
¡Soldados del proletariado! ¡Avanzadas de la libertad! Acudid a prestar el glorioso juramento a nuestra bandera. Defenderla es preciso del lodo que quiere salpicarla. Agitarla es preciso como vindicta ante el oprobio y la opresión.
¡Oíd mi voz que os convoca, y que esos músculos, tensos aún por el esfuerzo del trabajo, esas frentes sudorosas, esos ojos ensombrecidos por la tortura del pensar, sean oreados y fortale-cidos por el hálito de libertad al ondular glorioso de nuestra bandera!
Cerremos filas. ¡Adelante!».

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